¿Qué es lo normal? Es lo aceptado y estipulado por los grupos dominantes, en el poder, a través de la sociedad en sus reglas morales y éticas, leyes y consensos, y que corresponden a momentos concretos de la historia.
Hace un par de semanas, durante las vacaciones de primavera, salió por televisión, en una reconocida empresa de comunicación, un reportaje en el que se describía el trayecto y las inclemencias a las que se sometieron una familia del centro del país que iba rumbo a Acapulco para pasar dichas vacaciones. Éste reportaje dio a conocer la manera en que una familia conformada por al menos diez miembros, la mayoría de los hombres, viejos y jóvenes, dedicados a la mecánica automotriz, se organizaron para llegar a su destino, hacinados en una camioneta amarilla con camper, destartalada y con notables huellas de que el tiempo había pasado en ella. Durante el trayecto las averías en el motor, las llantas, uno de los ejes, el radiador, las puertas, los faros, los cristales y demás, pusieron a prueba el ingenio y el tozudo empeño de ésta familia por ir arreglándolas prácticamente cada treinta minutos, que era cuando debían parar a media carretera, orillarse y tener que esperar a ponerse en marcha nuevamente (con ésto también pusieron a prueba su seguridad y su vida en la carretera). El reportero hacía gala de comentarios que expresaban sorpresa y animosidad ante la insistencia de usar hasta la lengüeta de los zapatos para parchar una manguera del motor, o los movimientos gimnásticos que el padre de familia debía hacer para salir de debajo de la camioneta, lleno de grasa, sudor y tierra, y con apenas un sacudida de las manos ponerse nuevamente a arrancar a 25 km por hora (máximo), mientras sus demás familiares van comiendo tortillas y bolillo, que con la mejor de las suertes, tenían una embarrada de frijoles y chile de la botella. Al final, después de más de un día de viaje, llegan al malecón principal de Acapulco, la familia sale corriendo de la camioneta y en medio de la noche, con la ropa puesta, se meten a las olas y se sientan en la orilla para remojarse, mientras con notable alegría expresan frases como “Esto es vida”, “Para qué hotel, aquí tengo todo”. Por su parte, el reportero que los siguió durante todo el trayecto acaba con frases similares a “¿Lo ven amigos?, si se quiere se puede, y la familia fulana llegó finalmente a Acapulco a disfrutar de sus vacaciones”. Se despide con una sonrisa en los labios. Este relato pone sobre la mesa, más allá del ingenio mexicano al que estamos acostumbrados y acostumbradas a glorificar en redes sociales y conversaciones cotidianas como un apéndice innegable de las cualidades de nuestro pueblo, las condiciones particulares a las que más de una familia en nuestro país debe someterse, si es que quiere irse a “disfrutar” de sus vacaciones. En mayor o menor medida esas particularidades, emanadas de la pobreza y condiciones de vida precaria, son variables, pero sin duda, se presentan en el grueso de la población. Otra cuestión que sale a relucir, es la sonrisa del presentador y las de la familia por la satisfacción de haber llegado a su destino, y las alabanzas por su esfuerzo (¿sobre o in?) humano para lograr el cometido. Pero en medio de todo ésto ¿Por qué se ríen? Tal vez aquí me tachen de demeritar dicho esfuerzo, o banalizar la alegría que se siente por ser testigos de quienes logran sus objetivos y alcanzan el éxito, pero no es eso, es sino el hecho de que no debería alegrarnos saber o tener que vivir en condiciones tales que nos orillen a experimentar situaciones como la de ésta familia, que tuvieron que pasar por tantas penurias para llegar a vacacionar, en una situación de pobreza en la que nadie debería estar. En la actualidad, las ideas de competencia, de individualismo, del máximo esfuerzo, de la obtención del éxito a toda costa, el empuje y la capacidad de tolerar y “resolver” problemas, así como el trabajo bajo presión, la ganancia de “premios” y satisfactores por ser mejor trabajador, mejor vendedora, mejor ejecutivo o mejor empleada del mes, mejor siervo, se convierten en criterios de segregación contra aquellos que “no son competentes”, y que si no hacen el esfuerzo por salir adelante, producto de sus propias manos, entonces no son emprendedores, no son innovadores, son flojos y huevones, mantenidos que buscan que les regalen las cosas, y por lo tanto, ninguneados y aislados. Es el darwinismo social en su mero apogeo. Las condiciones que el capitalismo, recrudecidas en el imperialismo y con el neoliberalismo, han provocado en la gran mayoría de las familias de países del tercer mundo (título acuñado bajo la óptica de la grades potencias industriales), a generar estrategias para sobrevivir y conseguir el dinero que se necesita para comer, y si es posible, para vestir, estudiar y tener ocio y recreación, condiciones básicas y necesarias para una buena salud mental. Éstas condiciones parten en la medida en que el Estado neoliberal no ve por las y los trabajadores y entonces construyen un ejército de desempleados, que se subemplean en el trabajo informal. Esta situación se expresa, al menos, en dos variantes: Por un lado deja a la inseguridad y en la inestabilidad en ingresos y desarrollo laboral a miles de personas que nos vemos obligadas a tener trabajos informales; y por otro, de forma paradójica, y en algunos casos, promueve el desarrollo del esfuerzo cooperativo e independiente de personas y comunidades. Es decir, el mismo sistema competitivo va generando, en ciertos casos, esfuerzos independientes de cooperación y desarrollo social, dejando de lado a dicho Estado y a empresas privadas, y a “muchas” “públicas”. Esta es una situación concreta y objetiva en cuanto a la inestabilidad laboral que la gran mayoría padecemos, y que puede ser criticada como muchas personas lo hacemos al ya no asegurarnos un futuro en ningún sentido, pero también nos obliga a generar estrategias de sobrevivencia más positivas y que pueden ser benéficas como el cooperativismo, la autonomía y la promoción de redes de apoyo. Aunque debo señalar, que también tengo mis críticas sobre éste último punto en cuanto a las condiciones en este momento concreto de la historia, pero no las comentaré por ahora en éste escrito. Ahora, algo que me parece interesante respecto a éstos efectos en nuestra estabilidad laboral, es un fenómeno que no lleva más de 15 o 20 años, al menos en nuestro país, el del vanagloriado, alabado y sobre estimado ímpetu por el emprendimiento empresarial, regado entre la juventud de clase media actual. Que es, al final de cuentas, la justificación del empleo informal o freelance (para que se oiga más pro y primermundista), y el rapto de esfuerzos cooperativos locales, que bajo la mira del capitalismo, promueven las esperanzas de convertirse en grandes empresarios “independientes”, “locales”, “altruistas” en pocos años, es decir, ricos y poderosos en las marañas de la competencia capitalista. Y de ésta manera, los gobiernos en sus tres niveles, las empresas, instituciones, escuelas, cámaras de comercio y demás, generan talleres, charlas y conferencias para que saques el máximo esfuerzo, superes o compitas (de una manera “más humana”) contra los demás, y aprendas a generar o gestionar los recursos económicos necesarios, sustentándose todo esto en tu esfuerzo, tu ímpetu, tu idea, tu responsabilidad, tu competencia, y con ayuda de uno que otro programa público o privado. Si no funciona tu proyecto, es porque no tienes las habilidades de emprendedor, fue tu responsabilidad. ¿De qué hablo en éste último punto? De la normalización del individualismo, de la irresponsabilidad del Estado por asegurar condiciones de bienestar social, de la normalización del subempleo y la inestabilidad, de la normalización del esfuerzo sobrehumano para estar bien, y como ésto sólo aplica a la clase media dejando de lado a las colonias y comunidades vulneradas, entonces ésta situación y sus emprendedores se vuelven faros del éxito y ejemplos a seguir por la sociedad, fomentándose nuevamente, y con otras caras, la idea de la sobrevivencia del más apto, del más competente, del más emprendedor sobre el más débil. ¿Qué hubo aquí? Pues una tergiversación de la inestabilidad laboral del empleo informal y de los esfuerzos locales y cooperativistas, coptados por la mirada del neoliberalismo, para justificarlos y normalizar la precariedad. Pero bueno, ¿qué tiene que ver todo esto con la psicología, y específicamente con el aspecto psicosocial de las personas? Pues sencillamente, que bajo el neoliberalismo, como lo secundan otras fuentes, la responsabilidad del éxito profesional, la sobrevivencia, el estar bien, la salud mental y física, la felicidad y el desarrollo personal, dependen exclusivamente de uno, y si osamos no lograrlo, es decir, romper con las doctrinas del emprendimiento, aparecerá el estrés, la ansiedad, el suicidio, la baja autoestima, la infelicidad y otros desórdenes psiquiátricos y psicosociales; nunca productos del sistema, sino de nosotros y nosotras. De ésta manera (y sin minimizar la necesidad del esfuerzo, la lucha y las ganas de salir adelante, pues son las mismas que trato de alentar con mi trabajo cotidiano), la precariedad se normaliza, más allá de invisibilizarla como algunos refieren, y debido a su concepción de “momentánea” o “superable a corto plazo” sobre todo por las nuevas generaciones clasemedieras, se acepta, se vuelve una característica a condecorar y reconocer cuando tenemos éxito, pero la que al mismo tiempo aborrecemos, odiamos y de la que queremos escapar, trayendo consigo todos los efectos psíquicos que el no lograrlo provocaría. Por: Psic. José Santos Urbina Gutiérrez. [email protected]
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