Comprender el placer sexual y experimentarlo, no ha sido la historia en común de las mujeres. De ahí que, incluso en el siglo XXI, el ‘saber’ de la sexualidad permanezca como un saber colonizado. De tal manera que el placer en las mujeres se ha mantenido bajo los ojos de lo oculto, de lo prohibido. En comparación a lo que podía encontrarse previo a la colonización, en donde “tanto hombres como mujeres vivían sus cuerpos sin temor a sanción alguna impuesta por algún dogma represor de la intimidad; daban rienda suelta al placer del cuerpo sin pudor estoico, ni tabúes restrictivos de los propios humores sexuales, cosa que escandalizó a los secos ojos de los religiosos españoles” (Botero, p.2). Si la visión libre en las prácticas sexuales fue mermada desde entonces, ¿qué ha sido lo que ha mantenido esta visión colonizante? ¿Qué impide que la sexualidad pueda vivirse como un derecho al placer? ¿Cómo el placer en la práctica sexual de las mujeres llegó a ser el tabú que hoy en día es? Para dar respuesta parcial a dichos cuestionamientos, basta con poner una mirada crítica a la manera en la que las mujeres aprendemos sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Algunas de las fuentes en las que podemos encontrar información, independiente a que ésta sea verás o no lo sea, son comentarios y experiencias de nuestras amigas o amigos, libros, revistas, páginas web, algunas lecciones que se imparten en la escuela, posiblemente en casa, o bien, aprender sobre la marcha. Aunado a ello, su consulta dependerá del recurso al que cada una de nosotras puede echar mano, esto quiere decir que la oportunidad de encontrarnos con recursos hablados o escritos no es equitativo para todas la mujeres, generando conocimientos desiguales para cada mujer. Cabe resaltar que dicha información que pueda obtenerse no está centrada en animar a que las mujeres exploren y ejerzan su sexualidad a través del placer y de manera autónoma. Desatendiendo a lo mencionado por el Congreso Mundial de Sexología (1997), el cual explicita que “la sexualidad es una parte integral de la personalidad de todo ser humano. Su desarrollo pleno depende de la satisfacción de las necesidades humanas básicas como el deseo de contacto, intimidad emocional, placer, ternura y amor” (Salazar, p. 20). Sin embargo, dicho dato difícilmente será conocible para la mayoría de las mujeres. Si bien, para aquellas mujeres escolarizadas, podrán llevar en las escuelas lecciones sobre sexualidad humana, es información que se presenta en los libros de texto con imágenes de la anatomía básica, revisadas bajo el título de ‘sistemas reproductores’. Con lo que podemos imaginarnos el enfoque al que eluden dichos aprendizajes, que se centran en mostrar un cuerpo que procrea y no un cuerpo que siente y que lleva al placer. Dicho conocimiento lejos de atender a intereses autónomos y críticos, es fiel a principios moralistas y políticos que hacen referencia a lo que está bien hacer y a lo que no con nuestros cuerpos, es fiel a perpetuar una moral sexual basada en el pudor, en los usos y costumbres de cada comunidad, a un régimen de control de natalidad y a la penalización de acciones que responden a decisiones sobre nuestros propios cuerpos. Fiel a juzgar como pecaminoso el sentir placer, permitiendo así, que partes de nuestros cuerpos sean mutiladas. En algunas culturas, incluso en México, es practicada la ablación del glande del clítoris con el objeto de evitar que las mujeres conozcan el placer sexual y el orgasmo. Esta práctica supone proteger la virginidad de las mujeres y asegurar que vivirán en castidad hasta llegar al matrimonio. ¿De quién es el cuerpo de las mujeres? ¿Por qué no se nos permite vivir plenamente el placer de nuestros cuerpos? ¿Qué acaso son las religiones, los hombres y la violencia quienes ejercen más poder sobre nuestros cuerpos? Si bien, el saber del placer sexual también puede obtenerse en casa, ¿por qué siguen siendo tan reducidas las posibilidades de que conocer nuestros cuerpos sea algo posible a través de las enseñanzas de nuestras familias? "Una tarde fui a ver a la gitana que vivía por el barrio de La Luz y tenía fama de experta en amores. Había una fila de gente esperando turno. Cuando por fin me tocó pasar, ella se sentó frente a mí y me preguntó qué quería saber. Le dije muy seria: —Quiero sentir —se me quedó mirando, yo también la miré, era una mujer gorda y suelta; por el escote de la blusa le salía la mitad de unos pechos blancos, usaba pulseras de colores en los dos brazos y unas arracadas de oro que se columpiaban de sus oídos rozándole las mejillas. —Nadie viene aquí a eso —me dijo. No sea que después tu madre me quiera echar pleito. —¿Usted tampoco siente? —pregunté. Por toda respuesta empezó a desvestirse. En un segundo se desamarró la falda, se quitó la blusa y quedó desnuda, porque no usaba calzones ni fondos ni sostenes. —Aquí tenemos una cosita —dijo metiéndose la mano entre las piernas. Con ésa se siente. Se llama el timbre y ha de tener otros nombres. Cuando estés con alguien piensa que en ese lugar queda el centro de tu cuerpo, que de ahí vienen todas las cosas buenas, piensa que con eso piensas, oyes y miras; olvídate de que tienes cabeza y brazos, ponte toda ahí. Vas a ver si no sientes" (Ángeles Mastretta, 1986, p.5). El clítoris es el órgano que poseemos las mujeres dedicado única y exclusivamente a nuestro placer sexual. Y aunque en ocasiones se observa como algo pequeño y escondido entre las piernas, en realidad es un órgano mucho más grande, ya que la parte visible constituye únicamente al glande del clítoris y el resto se mantienen como partes invisibles que se propagan en el interior “formando una pirámide de tejido eréctil…alcanzando una longitud total de 9 a 10 centímetros y una anchura de 6, variable” (Lameiras, 2013, p.29). Este órgano tiene entre seis mil y ocho mil terminaciones nerviosas, por lo que ante algún ligero estímulo responde poniéndose erecto, el canal adecuado para llegar al orgasmo y el placer sexual. La cantidad de terminaciones nerviosas y la manera en la que se encuentra distribuido el clítoris permite que pueda darse, de forma general, una estimulación directa (ejercida sobre el glande) o indirecta (con la penetración vaginal u otras prácticas) estimulándose las terminaciones nerviosas ubicadas al interior de la vagina. Pese a estas generalidades, la estimulación del clítoris debe ser explorada por cada mujer, ya que dependerá de cada una la delicadeza, suavidad, rapidez, intensidad y fuerza con la que se vuelva placentero el estimularse. Pero si estas prácticas no son promovidas e incentivadas, entonces las mujeres no podrán llegar a reconocer su cuerpo ni a descubrir las técnicas, intensidades y posturas que las hacen desfrutar del placer en su cuerpo. Aludo pues, a dejar de prohibir el placer, dando luz a lo hasta ahora oculto y que el desconocimiento del placer en las mujeres sea una historia que vaya perdiendo fuerza al decolonizar las ideas, creencias y prácticas que se han mantenido respecto a la sexualidad de las mujeres. Invito a que seamos las gitanas que muestran a otras mujeres a sentir, que no solo hablemos sobre el clítoris y la manera en la que estimularlo lleva al placer, sino que lo practiquemos. Aunque en el presente texto me he concentrado en exponer al clítoris como órgano de placer, no debemos olvidarnos ni dejar de lado las caricias, masajes, roces, fantasías y la infinidad de zonas erógenas que al ser estimuladas producen también un gran placer. Dejo en claro que el ejercicio de nuestro placer sexual, no puede seguir siendo la designación de una construcción geopolítica que atienda a intereses que no son los de las mujeres. Seamos promotoras del placer en nuestros cuerpos. Bibliografía. Botero, S. (sd) El cuerpo, los sentidos, el pecado. Sexualidad en la colonia. Fecha de consulta: 15 marzo 2016. Disponible en http://www.academia.edu/3026310 Carrera, M., Lameiras, M., & Rodríguez, Y. (2013) El clítoris y sus secretos. Difusora de letras, artes e ideas: Universidad de Vigo. Mastretta, Á. (1986) Arráncame la vida. Seix Barral: Puebla. Mignolo, W. (2008) Género y descolonialidad. Ediciones del signo: Buenos Aires. Navarro, M., & Sánchez, V. (2004) Mujeres en América Latina y el Caribe. Narcea: España. Salazar, M. (sd) Los Derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en México en el Marco Jurídico Internacional. Revista Femumex [revista digital]. Fecha de consulta: 15 marzo 2016. Disponible en http://www.femumex.org/docs. Segato, Rita Laura. El sexo y la norma: frente Estatal, patriarcado, desposesión, colonidad. Revista Estudos Feministas [en linea] 2014, 22 (Mayo-Agosto): [Fecha de consulta: 20 de marzo de 2016] Disponible en:<http://148.215.2.10/articulo.oa?id=38131661012> ISSN 0104-026X Por: Psic. Vanessa G. R. Villalpando. [email protected]
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El 2017 inicia en México lleno de alarmantes situaciones de violencia, desabasto de hidrocarburos, alza en los precios de gasolina, diésel, gas y electricidad, además de una pérdida mayor en el poder adquisitivo del salario y la privatización en curso de la salud, la educación y los hidrocarburos. Este año también estará altamente diferenciado por el proceso electoral en puerta y las piezas del proceso electoral se empiezan a colocar desde este momento. Será definitorio dicho proceso para comenzar a echar atrás los problemas que se han venido agravando en el país en los planos económico, político y social, o en sentido contrario para continuar su empeoramiento. En este contexto la ola de violencia y el aumento de las desapariciones en México aumenta exponencialmente y solo dilucida cada vez más todo el trabajo y esfuerzo que los profesionales como psicólogos, sociólogas y trabajadores sociales, entre otros, tenemos por delante para poder concluir las heridas que se vienen abriendo en las familias y los individuos, también víctimas de éstas desapariciones. A partir de que Felipe Calderón “le declara la guerra” al narcotráfico en el 2006, el país inicia con el aumento del ejército en las calles para fungir papeles policiacos, para lo cuáles no está preparado. Es importante señalar que sus funciones son distintas, pues mientras las policías se entrenan para la contención y prevención de delitos y desórdenes en la estructura social, el ejército está preparado para la guerra, la violencia y la eliminación del enemigo. A partir de esto, la violencia y el horror han sido el pan de cada día desde el sexenio panista. Las desapariciones son uno de los problemas que estamos experimentando cada vez más a partir de ésta política guerrerista contra los grupos criminales organizados, las cuáles en el sexenio de Peña Nieto han aumentado. De acuerdo a una investigación realiza por Proceso[1] y publicada en 2015, se señala que para octubre de 2014 en el país existían registros de 23 mil 272 personas desaparecidas a nivel nacional desde enero del 2007, de los cuáles 9 mil 384 personas se extraviaron en los primeros 22 meses de gestión del presidente Peña Nieto, o sea, el 40%. Cuatro de cada diez desaparecidos durante esos siete años se dieron en la actual administración priista. Además señala que, de acuerdo al Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), durante el sexenio de Calderón desaparecía un mexicano cada cuatro horas y cinco minutos, es decir, 6 casos al día; mientras que con Peña Nieto ha habido una desaparición cada hora con cincuenta y dos minutos, equivalente a 13 personas por día, más del doble. Sin embargo, de acuerdo a datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) investigados por dicha fuente, en 2014 hubo 14 mil 413 asesinatos, los cuales fueron 27% menos que en el último año de Calderón, o sea, en el de Peña Nieto las desapariciones fueron mayores y los asesinatos fueron menos. Esta información coincide con la que se tiene registrada a nivel estatal. Darwin Franco, periodista especializado en desapariciones, realizó un estudio[2] en el que nos da cuenta de la cantidad de homicidios y desapariciones que ha habido desde 2006 a 2016, año con año, en Jalisco, contrastando datos del SNSP y de la Unidad de Trasparencia de la Fiscalía General de Jalisco junto a su propia base de datos, encontrando: Los datos registrados a nivel nacional y en el estatal dan cuenta de un pico en el aumento de desaparecidos a partir del año 2012-2013, sin contar aquellos casos que no se denuncian por temor a sufrir amenazas o represalias.
Esto es un foco rojo cuando vemos las cifras concretas de las desapariciones ocurridas, de las cuales se sabe son realizadas por grupos delincuenciales y/o agentes del estado como la policía o el ejército. Para esto cabe señalar el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Guerrero a manos de grupos del narcotráfico y de la policía municipal de Iguala, con el beneplácito del ejército mexicano. El tipo de desaparición es precedido legalmente por un proceso penal particular cuando se le designa como desaparición común o como desaparición forzada en función de quienes fueron los perpetradores. De acuerdo a la Declaración de Protección de Todas las Personas Contra las Desapariciones Forzadas, de 1992, citada en el manual ¿Qué hacer en caso de desaparición forzada? (2010) elaborado por diversos grupos de víctimas de desaparición, señala: “[…] desapariciones forzadas, es decir, que se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que éstas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así de la protección de la ley, […]” (p. 12) (Negritas son mías). Es decir, que la desaparición forzada ocurre cuando agentes del estado o terceros, con el consentimiento del gobierno arresten, detengan o trasladen a personas contra su voluntad y después no den indicios de su paradero. Estos casos han sido cada vez más recurrentes en el país y resulta lamentable que a nivel nacional y estatal no exista una ley para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de desaparición de personas; sin embargo en el Código Penal Federal sí está tipificado el delito de desaparición forzada (2016)[3]. Para dejar más claro este punto Ximena Antillón, psicóloga social, investigadora del Centro de Análisis e Investigación FUNDAR define, en el 1er Coloquio sobre Violencia, Narcotráfico y Salud Mental realizado en la UNAM en 2015[4], que la desaparición forzada ha tenido cuatro fases en México:
La misma investigadora nos hace el llamado a voltear a entender que el curso de las funciones del estado se constriñen más dentro de la corrupción y prácticas de violencia constantes, producto del capitalismo, poniéndose en práctica la “necropolítica”, entendida ésta como: “[…] una lógica perversa que impone la violencia, el dolor y la muerte como instrumentos de dominación política; la tortura, el exterminio y el despojo de la dignidad humana son métodos de control de grupos, de colectivos y minorías sociales, políticas o étnicas, en este contexto la exhibición de la violencia y muerte se convierten en un campo de disputa por la dominación teórica de las sociedades”[7]. En otras palabras, la visión del ser humano como un instrumento o herramienta para generar ganancias económicas, a costa de su dignidad, condición social y económica, incluso a costa de su propia vida, su integridad y humanidad, y desde una perspectiva que lo ve como un objeto desechable que puede ser repuesto en cualquier momento propia del capitalismo. Esta visión del ser humano violentado y desechable desde la necropolítica también puede ser vista como un elemento imprescindible en las guerras imperialistas, resultado de los afanes expansionistas de ciertos grupos en el poder económico, ajenos a los países más pobres. Los efectos psicosociales que se observan en la población en contextos de guerra, donde aquellas personas de clases sociales más bajas son las más afectadas económica, política y psicosocialmente, son muy similares a las actuales en México. Digo que son similares porque lo que actualmente vivimos en el país se asemeja a estados de una contingencia bélica. Para esto, diversos grupos sociales señalan que vivimos una guerra de baja intensidad, entendiéndose como “una confrontación político militar entre estados o grupos por debajo de la guerra convencional y por encima de la competencia pacífica entre naciones. […] involucra a menudo luchas prolongadas de principios e ideologías y se desarrolla a través de una combinación de medios políticos, económicos, de información y militares. […] ubicándose más generalmente en el Tercer Mundo.”[8] Entre los ejemplos de condiciones que experimentamos en México puedo mencionar la violencia desatada a partir de la guerra al narco, los levantamientos y desapariciones, la presencia de grupos paramilitares contra organizaciones de izquierda en Michoacán, Chiapas, Guerreo y Oaxaca principalmente, medios de información al servicio del gobierno, políticas represivas contra el pueblo organizado, aprobación de leyes como la del “Estado de excepción” y la “Ley bala”, corrupción en los tres niveles de gobierno e instituciones que no cumplen sus funciones sino que agravan la situación, entre ellas las policías y el ejército, la agravación de la destrucción del medio ambiente, etc. Este contexto nos genera indiscutiblemente una serie de afecciones psicológicas y emocionales, en las víctimas directas e indirectas. Se entiende así el caso ya que los problemas mentales no pueden ser comprendidos, explicados ni darles solución si no se hace un análisis de la influencia que el medio, las relaciones sociales y el momento histórico ejercen sobre nuestra consciencia y los procesos mentales. Si tomamos esto a consideración podemos darnos cuenta que “el problema de la salud mental debe ubicarse en el contexto histórico en donde cada individuo elabora y realiza su existencia en las telarañas de las relaciones sociales […]. Así, los trastornos mentales son la materialización en una persona o grupo de carácter humanizador o alienante de una estructura de relaciones históricas” (Martín-Baró, 1984). Los hechos atroces a los que nos estamos enfrentando generan disposiciones para hacerles cara de una u otra manera, buscando defender nuestros intereses, principalmente la sobrevivencia, por lo que las conductas de violencia, retraimiento, baja autoestima, miedo o agresión, comprendidas como una serie de comportamientos indeseables, solo resultan un tipo de respuesta “normal” ante un contexto o situaciones que inicialmente son anormales, en otras palabras, las respuestas que damos en la mayorías de los casos son normales, no necesariamente deben considerarse una enfermedad mental pues son las esperadas ante situaciones anormales, por ejemplo en situaciones de trauma, terror, violencia o desapariciones. Específicamente hablando de las desapariciones y desapariciones forzadas que es el tema central de éste escrito, provocan una serie de afecciones psíquicas y sociales. Las víctimas directas, comprendidas éstas como aquellas a quienes se les desaparece, se les violan todos sus derechos humanos pues desde el momento en que las desaparecen y se les niega la existencia quedan subsumidas; no se les reconoce como un ser humano con iguales derechos y se les busca borrar todo rastro. En caso de regresar muchas de ellas presentan diagnósticos de estrés postraumático debido a la fuerte experiencia vivida. Los familiares y personas cercanas se convierten en víctimas indirectas y sufren también. Ante la pérdida se crea un proceso de duelo que no es normal, sino que está inmerso en la incertidumbre por la suerte del desaparecido, pues se desconoce el paradero, no se sabe si aún sigue vivo o ha muerto y por tal, la elaboración del duelo adecuadamente se congela o queda inconcluso, agravado de la misma forma por los malos tratos y atenciones deficientes ofrecidos en instituciones médicas, asistenciales y jurídicas correspondientes. Algunas de las consecuencias psíquicas que se experimentan a partir de la incertidumbre son la agresividad, ira, sentimientos de odio y venganza, depresión, rituales obsesivos, formas de episodios fugaces alucinatorios pues se cree ver a la persona desaparecida, además de delirios de persecución que surgen a partir de amenazas y agresiones que los grupos criminales y/o agentes del estado realizan en casos de denuncia. Por otro lado, entre las afecciones sociales que afectan a la familia del desaparecido y sus círculos cercanos aparece el desarrollo de mitos que desencadenan la angustia colectiva por medio de información falsa, además de desintegración grupal y familiar, y el desarrollo de la estigmatización, la culpa y el desgaste físico y mental. Junto a esto, Ricón (s. f.) señala que “no solo esta presente el daño mayor de los damnificados directos y de sus familiares, sino también el de la complicidad, la debilidad, el sometimiento, el miedo y la autocensura”. Por su parte, Pelento y Braun (1985) agregan entre los problemas desencadenados que surge un “vacío” psíquico que no es llenado debido a la incertidumbre, muy distinto a la sensación de “ausencia” que se toma cuando se conoce el paradero de la persona desaparecida o fallecida. Trascienden este concepto de vacío al área social y funcional, en que el rol en la familia y en la sociedad que ejercía la persona desaparecida se vuelve a restablecer muy complicadamente, y al no hacerlo se corre el riesgo de la desintegración de grupos a los que pertenecía, así como la identidad propia del desaparecido. Las reacciones que las víctimas desarrollan están matizadas por la calidad del hecho traumático o la situación anormal, en este caso las desapariciones, así como las condiciones socioeconómicas a las que pertenezca y el tipo de vínculo con la persona desaparecida, además, las redes con que cuentan las víctimas son determinantes a la hora de enfrentar éstos hechos. Considerando el papel que juega el estado en éstos casos, se produce una apatía por las instituciones, así como una desconfianza ante cualquier atención que el gobierno, sus agentes o instituciones brinden, debido a la sensibilidad expuesta a la que están las víctimas, por un lado, y la corrupción, desinterés y colusión o autoría que presente el mismo estado, por otro. En la mayoría de los casos los valores e intereses que las víctimas tienen por la legalidad y los procesos se ven modificados, provocando una desesperanza y/o molestia, o en otro caso, se busca la justicia por propia mano, trastocando y modificando los proyectos y planes de vida. Para ejemplificar esto último agrego el comentario de un niño, citado en el texto de Ricón[9], que experimentó el periodo de la dictadura militar en Argentina durante los años 70s y principios de los 80s en que la desaparición forzada fue una de las herramientas para eliminar a los grupos contrarios al gobierno cívico-militar: “No quiero crecer, porque si llego a pensar distinto a los militares, me van a matar”. Existe otro fenómeno que se desarrolla de forma momentánea o por lapsos prolongados en las víctimas en que se manifiesta una alienación de los hechos, es decir que: “Por razones de supervivencia y para evitar el dolor que le provocaría al sujeto percibir y pensar el sistema social represivo en el que está inserto, éste opta por adosarse al discurso dicho por el poder. Esto desemboca en una desrrealización de lo percibido y en la imposibilidad de pensar y fantasear sobre lo que sucede”[10] Dicho de otra forma, las respuestas de las víctimas serán para mantener la supervivencia, la integridad y la vida misma ante el dolor y la incertidumbre que se generan porque una persona cercana o familiar haya sido desaparecida. Las reacciones desencadenadas, como menciono líneas arriba, no necesariamente señalan un padecimiento mental o enfermedad, sino que son respuestas adaptativas normales a situaciones completamente anormales. Esto último transgrede los principios de la psicología clínica rígida, individualizadora, mentalista e introspectivista en demasía, pues los efectos psíquicos se explican a través de un “correlato psicosocial” en que los procesos mentales y emocionales se desencadenan por la imperiosa necesidad de adaptarse y construir significados “frente a una situación objetiva de crisis profunda en la cual se ve seriamente amenazado algo que es o se considere vital” como la vida misma. (Samaoya, 1987). De ésta manera confirmo que una atención integral a las víctimas de desaparición y desaparición forzada, así como muchas otras afecciones psicológicas, debe ser, además de urgente y necesaria, no solo atendida psicológicamente, sino desde una perspectiva psicosocial porque en los casos de violaciones de derechos humanos de ésta magnitud se inmiscuyen tres hechos sustantivos: 1) Se produce un hecho de carácter político; 2) El contexto es importante para el origen y solución de ésta problemática; y 3) Se deben analizar las respuestas institucionales que ayudan o agravan las condiciones de las víctimas. Sumado a lo anterior, Beristaín (2012) continúa: “Entendemos por atención psicosocial el proceso de acompañamiento individual, familiar o comunitario orientado a hacer frente a las consecuencias del impacto traumático de las violaciones de derechos humanos y promover el bienestar, apoyo emocional y social de las víctimas, estimulando el desarrollo de sus capacidades” (P. 9). Como ejemplo de lo anterior cito uno de los puntos hechos en las recomendaciones prácticas que el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) realizó al gobierno de México encabezado por Peña Nieto y a sus instituciones para el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos[11]: “Implementar de manera particular un conjunto de medidas dirigidas a la reparación simbólica. La representación artística o estética de la violencia hace parte de las medidas de satisfacción que buscan restablecer la dignidad, la reputación y los derechos de las víctimas, así como la realización de conmemoraciones y homenajes a las víctimas. Estas medidas deben ser acordadas en todo momento con las víctimas para que realmente tengan sentido y cumplan su objetivo” (p. 14). La intervención que se deviene entonces debe ir desde al acompañamiento en el proceso de duelo, las cuestiones jurídicas, el tratamiento psicoterapéutico desde una visión social basada en el desarrollo de capacidades individuales y colectivas a través del fomento de la construcción de redes de apoyo y otras herramientas psicoterapéuticas, hasta la búsqueda de estrategias para la transformación del contexto. Desde ésta perspectiva los profesionales en lo individual y aquellos que se desempeñan en las organizaciones, ONGs y colectivos, así como en redes de víctimas organizadas interesados en la atención psicosocial y el caso de las violaciones a los derechos humanos se vuelven grupos que apoyan emocional y afectivamente, jurídica y materialmente, volviéndose en la mayoría de los casos sostenes y referencias para la población agredida y victimizada. Y cierro finalmente, señalando que es necesario abordar y reconocer este tema que cimbra nuestra calidad de vida en México y Latinoamérica ya que los efectos de una violencia desmedida y constante como la que estamos experimentando desde hace más de 10 años en México afecta mayormente a la población de menores recursos materiales, económicos, psicológicos y sociales, y sus consecuencias que ya se ven, tardarán años en el futuro para solucionarse completamente. Es una tarea titánica debido a las complejidades e intersecciones que significa abordar esta problemática, y por lo mismo, las y los psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales y demás profesionales debemos empezar a trabajar coordinadamente cuanto antes. Referencias. [1] http://desaparecidos.proceso.com.mx/ [2] https://infogr.am/5486759f-03f2-4daf-b3ca-47e17e313908 [3] http://reverso.mx/el-perfil-de-las-desaparecidas-de-jalisco-que-las-autoridades-ignoran/ [4] http://inicuocriminologia.podomatic.com/entry/2015-01-14T10_06_35-08_00 [5] Manual ¿Qué hacer en caso de desaparición forzada? 2010. [6] http://www.eluniversal.com.mx/articulo/estados/2016/03/9/cartel-de-jalisco-recluta-sicarios-traves-de-empresa-de-seguridad [7] http://www.milenio.com/firmas/luis_lozada_leon/necropolitica_18_523927648.html [8] http://www.nodo50.org/pchiapas/chiapas/documentos/gbi1.htm [9] Ibídem. [10] Pelento, Braun, ibídem. [11] http://media.wix.com/ugd/3a9f6f_d949d60f56864a57bdc2a4dffda49416.pdf Bibliografía. *Beristaín, C. (2012). Acompañar los procesos con las víctimas. Atención psicosocial en las violaciones de derechos humanos. Fondo de Justicia Transicional. PNUD. P. 9. *Bravo, E. (Conductora). (14 de enero de 2015). Episode 49. 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