Comprender el placer sexual y experimentarlo, no ha sido la historia en común de las mujeres. De ahí que, incluso en el siglo XXI, el ‘saber’ de la sexualidad permanezca como un saber colonizado. De tal manera que el placer en las mujeres se ha mantenido bajo los ojos de lo oculto, de lo prohibido. En comparación a lo que podía encontrarse previo a la colonización, en donde “tanto hombres como mujeres vivían sus cuerpos sin temor a sanción alguna impuesta por algún dogma represor de la intimidad; daban rienda suelta al placer del cuerpo sin pudor estoico, ni tabúes restrictivos de los propios humores sexuales, cosa que escandalizó a los secos ojos de los religiosos españoles” (Botero, p.2). Si la visión libre en las prácticas sexuales fue mermada desde entonces, ¿qué ha sido lo que ha mantenido esta visión colonizante? ¿Qué impide que la sexualidad pueda vivirse como un derecho al placer? ¿Cómo el placer en la práctica sexual de las mujeres llegó a ser el tabú que hoy en día es? Para dar respuesta parcial a dichos cuestionamientos, basta con poner una mirada crítica a la manera en la que las mujeres aprendemos sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Algunas de las fuentes en las que podemos encontrar información, independiente a que ésta sea verás o no lo sea, son comentarios y experiencias de nuestras amigas o amigos, libros, revistas, páginas web, algunas lecciones que se imparten en la escuela, posiblemente en casa, o bien, aprender sobre la marcha. Aunado a ello, su consulta dependerá del recurso al que cada una de nosotras puede echar mano, esto quiere decir que la oportunidad de encontrarnos con recursos hablados o escritos no es equitativo para todas la mujeres, generando conocimientos desiguales para cada mujer. Cabe resaltar que dicha información que pueda obtenerse no está centrada en animar a que las mujeres exploren y ejerzan su sexualidad a través del placer y de manera autónoma. Desatendiendo a lo mencionado por el Congreso Mundial de Sexología (1997), el cual explicita que “la sexualidad es una parte integral de la personalidad de todo ser humano. Su desarrollo pleno depende de la satisfacción de las necesidades humanas básicas como el deseo de contacto, intimidad emocional, placer, ternura y amor” (Salazar, p. 20). Sin embargo, dicho dato difícilmente será conocible para la mayoría de las mujeres. Si bien, para aquellas mujeres escolarizadas, podrán llevar en las escuelas lecciones sobre sexualidad humana, es información que se presenta en los libros de texto con imágenes de la anatomía básica, revisadas bajo el título de ‘sistemas reproductores’. Con lo que podemos imaginarnos el enfoque al que eluden dichos aprendizajes, que se centran en mostrar un cuerpo que procrea y no un cuerpo que siente y que lleva al placer. Dicho conocimiento lejos de atender a intereses autónomos y críticos, es fiel a principios moralistas y políticos que hacen referencia a lo que está bien hacer y a lo que no con nuestros cuerpos, es fiel a perpetuar una moral sexual basada en el pudor, en los usos y costumbres de cada comunidad, a un régimen de control de natalidad y a la penalización de acciones que responden a decisiones sobre nuestros propios cuerpos. Fiel a juzgar como pecaminoso el sentir placer, permitiendo así, que partes de nuestros cuerpos sean mutiladas. En algunas culturas, incluso en México, es practicada la ablación del glande del clítoris con el objeto de evitar que las mujeres conozcan el placer sexual y el orgasmo. Esta práctica supone proteger la virginidad de las mujeres y asegurar que vivirán en castidad hasta llegar al matrimonio. ¿De quién es el cuerpo de las mujeres? ¿Por qué no se nos permite vivir plenamente el placer de nuestros cuerpos? ¿Qué acaso son las religiones, los hombres y la violencia quienes ejercen más poder sobre nuestros cuerpos? Si bien, el saber del placer sexual también puede obtenerse en casa, ¿por qué siguen siendo tan reducidas las posibilidades de que conocer nuestros cuerpos sea algo posible a través de las enseñanzas de nuestras familias? "Una tarde fui a ver a la gitana que vivía por el barrio de La Luz y tenía fama de experta en amores. Había una fila de gente esperando turno. Cuando por fin me tocó pasar, ella se sentó frente a mí y me preguntó qué quería saber. Le dije muy seria: —Quiero sentir —se me quedó mirando, yo también la miré, era una mujer gorda y suelta; por el escote de la blusa le salía la mitad de unos pechos blancos, usaba pulseras de colores en los dos brazos y unas arracadas de oro que se columpiaban de sus oídos rozándole las mejillas. —Nadie viene aquí a eso —me dijo. No sea que después tu madre me quiera echar pleito. —¿Usted tampoco siente? —pregunté. Por toda respuesta empezó a desvestirse. En un segundo se desamarró la falda, se quitó la blusa y quedó desnuda, porque no usaba calzones ni fondos ni sostenes. —Aquí tenemos una cosita —dijo metiéndose la mano entre las piernas. Con ésa se siente. Se llama el timbre y ha de tener otros nombres. Cuando estés con alguien piensa que en ese lugar queda el centro de tu cuerpo, que de ahí vienen todas las cosas buenas, piensa que con eso piensas, oyes y miras; olvídate de que tienes cabeza y brazos, ponte toda ahí. Vas a ver si no sientes" (Ángeles Mastretta, 1986, p.5). El clítoris es el órgano que poseemos las mujeres dedicado única y exclusivamente a nuestro placer sexual. Y aunque en ocasiones se observa como algo pequeño y escondido entre las piernas, en realidad es un órgano mucho más grande, ya que la parte visible constituye únicamente al glande del clítoris y el resto se mantienen como partes invisibles que se propagan en el interior “formando una pirámide de tejido eréctil…alcanzando una longitud total de 9 a 10 centímetros y una anchura de 6, variable” (Lameiras, 2013, p.29). Este órgano tiene entre seis mil y ocho mil terminaciones nerviosas, por lo que ante algún ligero estímulo responde poniéndose erecto, el canal adecuado para llegar al orgasmo y el placer sexual. La cantidad de terminaciones nerviosas y la manera en la que se encuentra distribuido el clítoris permite que pueda darse, de forma general, una estimulación directa (ejercida sobre el glande) o indirecta (con la penetración vaginal u otras prácticas) estimulándose las terminaciones nerviosas ubicadas al interior de la vagina. Pese a estas generalidades, la estimulación del clítoris debe ser explorada por cada mujer, ya que dependerá de cada una la delicadeza, suavidad, rapidez, intensidad y fuerza con la que se vuelva placentero el estimularse. Pero si estas prácticas no son promovidas e incentivadas, entonces las mujeres no podrán llegar a reconocer su cuerpo ni a descubrir las técnicas, intensidades y posturas que las hacen desfrutar del placer en su cuerpo. Aludo pues, a dejar de prohibir el placer, dando luz a lo hasta ahora oculto y que el desconocimiento del placer en las mujeres sea una historia que vaya perdiendo fuerza al decolonizar las ideas, creencias y prácticas que se han mantenido respecto a la sexualidad de las mujeres. Invito a que seamos las gitanas que muestran a otras mujeres a sentir, que no solo hablemos sobre el clítoris y la manera en la que estimularlo lleva al placer, sino que lo practiquemos. Aunque en el presente texto me he concentrado en exponer al clítoris como órgano de placer, no debemos olvidarnos ni dejar de lado las caricias, masajes, roces, fantasías y la infinidad de zonas erógenas que al ser estimuladas producen también un gran placer. Dejo en claro que el ejercicio de nuestro placer sexual, no puede seguir siendo la designación de una construcción geopolítica que atienda a intereses que no son los de las mujeres. Seamos promotoras del placer en nuestros cuerpos. Bibliografía. Botero, S. (sd) El cuerpo, los sentidos, el pecado. Sexualidad en la colonia. Fecha de consulta: 15 marzo 2016. Disponible en http://www.academia.edu/3026310 Carrera, M., Lameiras, M., & Rodríguez, Y. (2013) El clítoris y sus secretos. Difusora de letras, artes e ideas: Universidad de Vigo. Mastretta, Á. (1986) Arráncame la vida. Seix Barral: Puebla. Mignolo, W. (2008) Género y descolonialidad. Ediciones del signo: Buenos Aires. Navarro, M., & Sánchez, V. (2004) Mujeres en América Latina y el Caribe. Narcea: España. Salazar, M. (sd) Los Derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en México en el Marco Jurídico Internacional. Revista Femumex [revista digital]. Fecha de consulta: 15 marzo 2016. Disponible en http://www.femumex.org/docs. Segato, Rita Laura. El sexo y la norma: frente Estatal, patriarcado, desposesión, colonidad. Revista Estudos Feministas [en linea] 2014, 22 (Mayo-Agosto): [Fecha de consulta: 20 de marzo de 2016] Disponible en:<http://148.215.2.10/articulo.oa?id=38131661012> ISSN 0104-026X Por: Psic. Vanessa G. R. Villalpando. [email protected]
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El 2017 inicia en México lleno de alarmantes situaciones de violencia, desabasto de hidrocarburos, alza en los precios de gasolina, diésel, gas y electricidad, además de una pérdida mayor en el poder adquisitivo del salario y la privatización en curso de la salud, la educación y los hidrocarburos. Este año también estará altamente diferenciado por el proceso electoral en puerta y las piezas del proceso electoral se empiezan a colocar desde este momento. Será definitorio dicho proceso para comenzar a echar atrás los problemas que se han venido agravando en el país en los planos económico, político y social, o en sentido contrario para continuar su empeoramiento. En este contexto la ola de violencia y el aumento de las desapariciones en México aumenta exponencialmente y solo dilucida cada vez más todo el trabajo y esfuerzo que los profesionales como psicólogos, sociólogas y trabajadores sociales, entre otros, tenemos por delante para poder concluir las heridas que se vienen abriendo en las familias y los individuos, también víctimas de éstas desapariciones. A partir de que Felipe Calderón “le declara la guerra” al narcotráfico en el 2006, el país inicia con el aumento del ejército en las calles para fungir papeles policiacos, para lo cuáles no está preparado. Es importante señalar que sus funciones son distintas, pues mientras las policías se entrenan para la contención y prevención de delitos y desórdenes en la estructura social, el ejército está preparado para la guerra, la violencia y la eliminación del enemigo. A partir de esto, la violencia y el horror han sido el pan de cada día desde el sexenio panista. Las desapariciones son uno de los problemas que estamos experimentando cada vez más a partir de ésta política guerrerista contra los grupos criminales organizados, las cuáles en el sexenio de Peña Nieto han aumentado. De acuerdo a una investigación realiza por Proceso[1] y publicada en 2015, se señala que para octubre de 2014 en el país existían registros de 23 mil 272 personas desaparecidas a nivel nacional desde enero del 2007, de los cuáles 9 mil 384 personas se extraviaron en los primeros 22 meses de gestión del presidente Peña Nieto, o sea, el 40%. Cuatro de cada diez desaparecidos durante esos siete años se dieron en la actual administración priista. Además señala que, de acuerdo al Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), durante el sexenio de Calderón desaparecía un mexicano cada cuatro horas y cinco minutos, es decir, 6 casos al día; mientras que con Peña Nieto ha habido una desaparición cada hora con cincuenta y dos minutos, equivalente a 13 personas por día, más del doble. Sin embargo, de acuerdo a datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) investigados por dicha fuente, en 2014 hubo 14 mil 413 asesinatos, los cuales fueron 27% menos que en el último año de Calderón, o sea, en el de Peña Nieto las desapariciones fueron mayores y los asesinatos fueron menos. Esta información coincide con la que se tiene registrada a nivel estatal. Darwin Franco, periodista especializado en desapariciones, realizó un estudio[2] en el que nos da cuenta de la cantidad de homicidios y desapariciones que ha habido desde 2006 a 2016, año con año, en Jalisco, contrastando datos del SNSP y de la Unidad de Trasparencia de la Fiscalía General de Jalisco junto a su propia base de datos, encontrando: Los datos registrados a nivel nacional y en el estatal dan cuenta de un pico en el aumento de desaparecidos a partir del año 2012-2013, sin contar aquellos casos que no se denuncian por temor a sufrir amenazas o represalias.
Esto es un foco rojo cuando vemos las cifras concretas de las desapariciones ocurridas, de las cuales se sabe son realizadas por grupos delincuenciales y/o agentes del estado como la policía o el ejército. Para esto cabe señalar el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Guerrero a manos de grupos del narcotráfico y de la policía municipal de Iguala, con el beneplácito del ejército mexicano. El tipo de desaparición es precedido legalmente por un proceso penal particular cuando se le designa como desaparición común o como desaparición forzada en función de quienes fueron los perpetradores. De acuerdo a la Declaración de Protección de Todas las Personas Contra las Desapariciones Forzadas, de 1992, citada en el manual ¿Qué hacer en caso de desaparición forzada? (2010) elaborado por diversos grupos de víctimas de desaparición, señala: “[…] desapariciones forzadas, es decir, que se arreste, detenga o traslade contra su voluntad a las personas, o que éstas resulten privadas de su libertad de alguna otra forma por agentes gubernamentales de cualquier sector o nivel, por grupos organizados o por particulares que actúan en nombre del gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentimiento, y que luego se niegan a revelar la suerte o paradero de esas personas o a reconocer que están privadas de la libertad, sustrayéndolas así de la protección de la ley, […]” (p. 12) (Negritas son mías). Es decir, que la desaparición forzada ocurre cuando agentes del estado o terceros, con el consentimiento del gobierno arresten, detengan o trasladen a personas contra su voluntad y después no den indicios de su paradero. Estos casos han sido cada vez más recurrentes en el país y resulta lamentable que a nivel nacional y estatal no exista una ley para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de desaparición de personas; sin embargo en el Código Penal Federal sí está tipificado el delito de desaparición forzada (2016)[3]. Para dejar más claro este punto Ximena Antillón, psicóloga social, investigadora del Centro de Análisis e Investigación FUNDAR define, en el 1er Coloquio sobre Violencia, Narcotráfico y Salud Mental realizado en la UNAM en 2015[4], que la desaparición forzada ha tenido cuatro fases en México:
La misma investigadora nos hace el llamado a voltear a entender que el curso de las funciones del estado se constriñen más dentro de la corrupción y prácticas de violencia constantes, producto del capitalismo, poniéndose en práctica la “necropolítica”, entendida ésta como: “[…] una lógica perversa que impone la violencia, el dolor y la muerte como instrumentos de dominación política; la tortura, el exterminio y el despojo de la dignidad humana son métodos de control de grupos, de colectivos y minorías sociales, políticas o étnicas, en este contexto la exhibición de la violencia y muerte se convierten en un campo de disputa por la dominación teórica de las sociedades”[7]. En otras palabras, la visión del ser humano como un instrumento o herramienta para generar ganancias económicas, a costa de su dignidad, condición social y económica, incluso a costa de su propia vida, su integridad y humanidad, y desde una perspectiva que lo ve como un objeto desechable que puede ser repuesto en cualquier momento propia del capitalismo. Esta visión del ser humano violentado y desechable desde la necropolítica también puede ser vista como un elemento imprescindible en las guerras imperialistas, resultado de los afanes expansionistas de ciertos grupos en el poder económico, ajenos a los países más pobres. Los efectos psicosociales que se observan en la población en contextos de guerra, donde aquellas personas de clases sociales más bajas son las más afectadas económica, política y psicosocialmente, son muy similares a las actuales en México. Digo que son similares porque lo que actualmente vivimos en el país se asemeja a estados de una contingencia bélica. Para esto, diversos grupos sociales señalan que vivimos una guerra de baja intensidad, entendiéndose como “una confrontación político militar entre estados o grupos por debajo de la guerra convencional y por encima de la competencia pacífica entre naciones. […] involucra a menudo luchas prolongadas de principios e ideologías y se desarrolla a través de una combinación de medios políticos, económicos, de información y militares. […] ubicándose más generalmente en el Tercer Mundo.”[8] Entre los ejemplos de condiciones que experimentamos en México puedo mencionar la violencia desatada a partir de la guerra al narco, los levantamientos y desapariciones, la presencia de grupos paramilitares contra organizaciones de izquierda en Michoacán, Chiapas, Guerreo y Oaxaca principalmente, medios de información al servicio del gobierno, políticas represivas contra el pueblo organizado, aprobación de leyes como la del “Estado de excepción” y la “Ley bala”, corrupción en los tres niveles de gobierno e instituciones que no cumplen sus funciones sino que agravan la situación, entre ellas las policías y el ejército, la agravación de la destrucción del medio ambiente, etc. Este contexto nos genera indiscutiblemente una serie de afecciones psicológicas y emocionales, en las víctimas directas e indirectas. Se entiende así el caso ya que los problemas mentales no pueden ser comprendidos, explicados ni darles solución si no se hace un análisis de la influencia que el medio, las relaciones sociales y el momento histórico ejercen sobre nuestra consciencia y los procesos mentales. Si tomamos esto a consideración podemos darnos cuenta que “el problema de la salud mental debe ubicarse en el contexto histórico en donde cada individuo elabora y realiza su existencia en las telarañas de las relaciones sociales […]. Así, los trastornos mentales son la materialización en una persona o grupo de carácter humanizador o alienante de una estructura de relaciones históricas” (Martín-Baró, 1984). Los hechos atroces a los que nos estamos enfrentando generan disposiciones para hacerles cara de una u otra manera, buscando defender nuestros intereses, principalmente la sobrevivencia, por lo que las conductas de violencia, retraimiento, baja autoestima, miedo o agresión, comprendidas como una serie de comportamientos indeseables, solo resultan un tipo de respuesta “normal” ante un contexto o situaciones que inicialmente son anormales, en otras palabras, las respuestas que damos en la mayorías de los casos son normales, no necesariamente deben considerarse una enfermedad mental pues son las esperadas ante situaciones anormales, por ejemplo en situaciones de trauma, terror, violencia o desapariciones. Específicamente hablando de las desapariciones y desapariciones forzadas que es el tema central de éste escrito, provocan una serie de afecciones psíquicas y sociales. Las víctimas directas, comprendidas éstas como aquellas a quienes se les desaparece, se les violan todos sus derechos humanos pues desde el momento en que las desaparecen y se les niega la existencia quedan subsumidas; no se les reconoce como un ser humano con iguales derechos y se les busca borrar todo rastro. En caso de regresar muchas de ellas presentan diagnósticos de estrés postraumático debido a la fuerte experiencia vivida. Los familiares y personas cercanas se convierten en víctimas indirectas y sufren también. Ante la pérdida se crea un proceso de duelo que no es normal, sino que está inmerso en la incertidumbre por la suerte del desaparecido, pues se desconoce el paradero, no se sabe si aún sigue vivo o ha muerto y por tal, la elaboración del duelo adecuadamente se congela o queda inconcluso, agravado de la misma forma por los malos tratos y atenciones deficientes ofrecidos en instituciones médicas, asistenciales y jurídicas correspondientes. Algunas de las consecuencias psíquicas que se experimentan a partir de la incertidumbre son la agresividad, ira, sentimientos de odio y venganza, depresión, rituales obsesivos, formas de episodios fugaces alucinatorios pues se cree ver a la persona desaparecida, además de delirios de persecución que surgen a partir de amenazas y agresiones que los grupos criminales y/o agentes del estado realizan en casos de denuncia. Por otro lado, entre las afecciones sociales que afectan a la familia del desaparecido y sus círculos cercanos aparece el desarrollo de mitos que desencadenan la angustia colectiva por medio de información falsa, además de desintegración grupal y familiar, y el desarrollo de la estigmatización, la culpa y el desgaste físico y mental. Junto a esto, Ricón (s. f.) señala que “no solo esta presente el daño mayor de los damnificados directos y de sus familiares, sino también el de la complicidad, la debilidad, el sometimiento, el miedo y la autocensura”. Por su parte, Pelento y Braun (1985) agregan entre los problemas desencadenados que surge un “vacío” psíquico que no es llenado debido a la incertidumbre, muy distinto a la sensación de “ausencia” que se toma cuando se conoce el paradero de la persona desaparecida o fallecida. Trascienden este concepto de vacío al área social y funcional, en que el rol en la familia y en la sociedad que ejercía la persona desaparecida se vuelve a restablecer muy complicadamente, y al no hacerlo se corre el riesgo de la desintegración de grupos a los que pertenecía, así como la identidad propia del desaparecido. Las reacciones que las víctimas desarrollan están matizadas por la calidad del hecho traumático o la situación anormal, en este caso las desapariciones, así como las condiciones socioeconómicas a las que pertenezca y el tipo de vínculo con la persona desaparecida, además, las redes con que cuentan las víctimas son determinantes a la hora de enfrentar éstos hechos. Considerando el papel que juega el estado en éstos casos, se produce una apatía por las instituciones, así como una desconfianza ante cualquier atención que el gobierno, sus agentes o instituciones brinden, debido a la sensibilidad expuesta a la que están las víctimas, por un lado, y la corrupción, desinterés y colusión o autoría que presente el mismo estado, por otro. En la mayoría de los casos los valores e intereses que las víctimas tienen por la legalidad y los procesos se ven modificados, provocando una desesperanza y/o molestia, o en otro caso, se busca la justicia por propia mano, trastocando y modificando los proyectos y planes de vida. Para ejemplificar esto último agrego el comentario de un niño, citado en el texto de Ricón[9], que experimentó el periodo de la dictadura militar en Argentina durante los años 70s y principios de los 80s en que la desaparición forzada fue una de las herramientas para eliminar a los grupos contrarios al gobierno cívico-militar: “No quiero crecer, porque si llego a pensar distinto a los militares, me van a matar”. Existe otro fenómeno que se desarrolla de forma momentánea o por lapsos prolongados en las víctimas en que se manifiesta una alienación de los hechos, es decir que: “Por razones de supervivencia y para evitar el dolor que le provocaría al sujeto percibir y pensar el sistema social represivo en el que está inserto, éste opta por adosarse al discurso dicho por el poder. Esto desemboca en una desrrealización de lo percibido y en la imposibilidad de pensar y fantasear sobre lo que sucede”[10] Dicho de otra forma, las respuestas de las víctimas serán para mantener la supervivencia, la integridad y la vida misma ante el dolor y la incertidumbre que se generan porque una persona cercana o familiar haya sido desaparecida. Las reacciones desencadenadas, como menciono líneas arriba, no necesariamente señalan un padecimiento mental o enfermedad, sino que son respuestas adaptativas normales a situaciones completamente anormales. Esto último transgrede los principios de la psicología clínica rígida, individualizadora, mentalista e introspectivista en demasía, pues los efectos psíquicos se explican a través de un “correlato psicosocial” en que los procesos mentales y emocionales se desencadenan por la imperiosa necesidad de adaptarse y construir significados “frente a una situación objetiva de crisis profunda en la cual se ve seriamente amenazado algo que es o se considere vital” como la vida misma. (Samaoya, 1987). De ésta manera confirmo que una atención integral a las víctimas de desaparición y desaparición forzada, así como muchas otras afecciones psicológicas, debe ser, además de urgente y necesaria, no solo atendida psicológicamente, sino desde una perspectiva psicosocial porque en los casos de violaciones de derechos humanos de ésta magnitud se inmiscuyen tres hechos sustantivos: 1) Se produce un hecho de carácter político; 2) El contexto es importante para el origen y solución de ésta problemática; y 3) Se deben analizar las respuestas institucionales que ayudan o agravan las condiciones de las víctimas. Sumado a lo anterior, Beristaín (2012) continúa: “Entendemos por atención psicosocial el proceso de acompañamiento individual, familiar o comunitario orientado a hacer frente a las consecuencias del impacto traumático de las violaciones de derechos humanos y promover el bienestar, apoyo emocional y social de las víctimas, estimulando el desarrollo de sus capacidades” (P. 9). Como ejemplo de lo anterior cito uno de los puntos hechos en las recomendaciones prácticas que el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) realizó al gobierno de México encabezado por Peña Nieto y a sus instituciones para el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos[11]: “Implementar de manera particular un conjunto de medidas dirigidas a la reparación simbólica. La representación artística o estética de la violencia hace parte de las medidas de satisfacción que buscan restablecer la dignidad, la reputación y los derechos de las víctimas, así como la realización de conmemoraciones y homenajes a las víctimas. Estas medidas deben ser acordadas en todo momento con las víctimas para que realmente tengan sentido y cumplan su objetivo” (p. 14). La intervención que se deviene entonces debe ir desde al acompañamiento en el proceso de duelo, las cuestiones jurídicas, el tratamiento psicoterapéutico desde una visión social basada en el desarrollo de capacidades individuales y colectivas a través del fomento de la construcción de redes de apoyo y otras herramientas psicoterapéuticas, hasta la búsqueda de estrategias para la transformación del contexto. Desde ésta perspectiva los profesionales en lo individual y aquellos que se desempeñan en las organizaciones, ONGs y colectivos, así como en redes de víctimas organizadas interesados en la atención psicosocial y el caso de las violaciones a los derechos humanos se vuelven grupos que apoyan emocional y afectivamente, jurídica y materialmente, volviéndose en la mayoría de los casos sostenes y referencias para la población agredida y victimizada. Y cierro finalmente, señalando que es necesario abordar y reconocer este tema que cimbra nuestra calidad de vida en México y Latinoamérica ya que los efectos de una violencia desmedida y constante como la que estamos experimentando desde hace más de 10 años en México afecta mayormente a la población de menores recursos materiales, económicos, psicológicos y sociales, y sus consecuencias que ya se ven, tardarán años en el futuro para solucionarse completamente. Es una tarea titánica debido a las complejidades e intersecciones que significa abordar esta problemática, y por lo mismo, las y los psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales y demás profesionales debemos empezar a trabajar coordinadamente cuanto antes. Referencias. [1] http://desaparecidos.proceso.com.mx/ [2] https://infogr.am/5486759f-03f2-4daf-b3ca-47e17e313908 [3] http://reverso.mx/el-perfil-de-las-desaparecidas-de-jalisco-que-las-autoridades-ignoran/ [4] http://inicuocriminologia.podomatic.com/entry/2015-01-14T10_06_35-08_00 [5] Manual ¿Qué hacer en caso de desaparición forzada? 2010. [6] http://www.eluniversal.com.mx/articulo/estados/2016/03/9/cartel-de-jalisco-recluta-sicarios-traves-de-empresa-de-seguridad [7] http://www.milenio.com/firmas/luis_lozada_leon/necropolitica_18_523927648.html [8] http://www.nodo50.org/pchiapas/chiapas/documentos/gbi1.htm [9] Ibídem. [10] Pelento, Braun, ibídem. [11] http://media.wix.com/ugd/3a9f6f_d949d60f56864a57bdc2a4dffda49416.pdf Bibliografía. *Beristaín, C. (2012). Acompañar los procesos con las víctimas. Atención psicosocial en las violaciones de derechos humanos. Fondo de Justicia Transicional. PNUD. P. 9. *Bravo, E. (Conductora). (14 de enero de 2015). Episode 49. 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Vista de Guadalajara desde la cima del Cerro de la Higuera. Marchamos por la barranca, atravesamos el río, trepamos el cerro, con la carne ardiendo, con los huesos deshechos, sudando y resistiendo. Una vez en la cima pudimos verlas, las líneas imaginarias de nuestra tierra, de nuestro lenguaje, de nuestros saberes. Nos reconocimos.
Por: Psic. Luis Pablo Acevedo Caballero. Dentro del núcleo familiar es donde aprendemos a comunicarnos con el mundo, a niveles y de formas distintas. En ocasiones decimos que “los padres y madres son el reflejo de los(as) hijos(as)”, y de cierta forma, esta frase tan conocida tiene razón. En edades tempranas, las(os) niñas(os) muestran una mayor capacidad de aprendizaje social, el cual van estructurando, principalmente, por medio de la imitación. Por ello, es importante que como guías, obtengamos herramientas que nos permitan tener una comunicación adecuada con aquéllos y aquéllas que nos rodean, buscando otorgarles mensajes verbales y no verbales claros y efectivos.
Comunicación verbal y no verbal Cuando damos un mensaje, el mismo no sólo está conformado por las palabras que utilizamos, sino que también hacemos uso de cierto tono de voz, gestos y movimientos que lo vuelven un tanto más complejo. Al momento de comunicarnos con otras personas, es importante lograr una armonía entre lo que decimos, lo que hacemos y la manera en que lo decimos, con la finalidad de que el mensaje sea congruente en todos los sentidos. Así, por ejemplo, cuando un padre o una madre utiliza la frase “No estoy enojado(a)”, mientras grita o pellizca a su hijo(a), el/la ´pequeño(a) que recibe el mensaje, no tiene muy claro lo que en realidad sucede; las palabras expresadas dan un mensaje totalmente distinto al del tono de voz, los gestos y/o los movimientos. Es posible que cuando intentemos comunicarnos con los y las demás, nuestras emociones estén totalmente involucradas, pero no por ello debemos permitir que sean éstas las que controlen el mensaje a emitir. Comunicación familiar La comunicación dentro de un ambiente familiar tiene como función el ser una herramienta para expresar nuestras necesidades, expectativas y emociones respecto a lo que sucede. Y para ello es importante, no sólo que nuestro mensaje sea congruente, sino que podamos poner en práctica nuestras habilidades de escucha y empatía. Cuando algún familiar desea platicarnos un acontecimiento que sucedió en su día, es importante poner el 100% de nuestra atención a ello. En ocasiones, las exigencias de vida actuales, nos mantienen en una posición de total indiferencia ante lo que para otros es necesario e importante decir. Por ello, es recomendable que si, por ejemplo, tu hijo(a) desea platicarte algo que para él/ella es importante (independientemente de que para ti pueda no serlo), dejes de hacer lo que estás haciendo y le veas a los ojos cuando está hablándote; esto dará el mensaje de que realmente te importa lo que pasa con él/ella. Si por el contrario, quien desea emitirle cierto mensaje eres tú, ocasionalmente es necesario que te bajes a su nivel de estatura, le veas a los ojos y le hables claramente lo que deseas, principalmente si lo que deseas es darle una instrucción. Soy responsable de mis emociones En ocasiones, creemos que las demás personas tienen culpabilidad en la forma en que nosotros nos sentimos. Esto es totalmente erróneo. Si bien es cierto que en ciertas ocasiones las palabras o acciones de los y las demás nos hacen sentir de una u otra manera, esto no significa que esa persona haya sido quien te hizo sentir molestia, tristeza, preocupación, etc. Él o ella mantuvo cierta conducta que a ti te hizo sentir una u otra emoción. Así pues, no es lo mismo decirle a tu hijo(a): “Me hiciste enojar porque no recogiste tus juguetes”, que decir: “El que no recogieras tus juguetes me hizo sentir enojada(o)”. En el primer ejemplo, tu hijo(a) no sólo es responsable de no haber organizado sus cosas, sino también de que tú te hubieras enojado (porque él/ella lo hizo). Mientras que en el segundo, tu hijo(a) sólo es responsable de no haber cumplido con una de sus tareas dentro de casa; la emoción que te surgió después, fue con base en su conducta, y sólo tú fuiste responsable de sentirla. Como podemos darnos cuenta, la comunicación en una familia con bases sólidas, es básica para el desarrollo y crecimiento de la misma. Por ello, es importante que se trabaje en estos aspectos con la finalidad de lograr un ambiente de armonía, en el que logremos ser esa guía que los y las demás necesitan de nuestra parte para mejorar sus relaciones interpersonales y obtengan mayores herramientas para la solución de conflictos, por ejemplo. Las personas dentro de un sistema familiar, tienen el derecho de expresar sus necesidades, inquietudes, deseos y emociones, sin embargo, también están obligadas a escuchar y tratar de ponerse en los zapatos del otro(a), para prevenir molestias y malos entendidos. Por: Psic. Yadira Guzmán. [email protected] Mary Wollstonecraft Godwin mejor conocida como Mary Shelley dijo “No deseo que las mujeres tengan más poder que los hombres, sino que tengan más poder sobre sí mismas”, una frase cortita pero muy contundente, pues a pesar de que ella la dijo hace muchos años, sigue siendo un deseo ferviente de muchas y muchos de nosotros, que las mujeres tengamos poder de aquello que por derecho es nuestro, nosotras mismas.
Si bien es cierto que hemos avanzado de muchas maneras, por ejemplo a través de la realización de foros en los que se cuestiona qué hemos hecho, hacia dónde vamos, qué hace falta y escucharnos las unas a las otras; al construir cadenas de mujeres cada vez más grandes que trabajan lado a lado en el cuestionamiento de las diferencias de género, para transformarlas en igualdad de género, por ejemplo en el impulso de políticas públicas, lo visto en las distintas marchas feministas o de repudio, cuando los derechos de una son violentados y reaccionamos en conjunto o el trabajo de algunos hombres en el impulso del feminismo y la construcción de nuevas masculinidades, en la comprensión de que el machismo no sólo afecta a las mujeres, sino también a ellos al privarlos de la sensibilidad, afectividad, expresión emocional, crianza de las y los hijos etc. La realidad es que aún faltan muchas cosas por trabajar, las mujeres a lo largo de mucho tiempo hemos carecido de un derecho tan básico como lo es el control de su propio cuerpo, la educación, la cultura, la religión, los medios de comunicación y sociedad en general han impedido que las mujeres puedan apropiarse de su propio cuerpo siendo por ello fundamental el reflexionar sobre la imperante necesidad de ser dueñas de algo que nos pertenece, nuestro cuerpo. De antemano les pido una disculpa por los pleonasmos que estaré utilizando al usar frases como “apropiarse de su propio o ser dueñas de lo que nos pertenece”, lo uso de manera intencional para evidenciar lo absurdo que resulta el no poder ejercer ese poder sobre nosotras mismas. En el camino de retomar el poder de nuestro cuerpo puedo visibilizar algunos primeros pasos por dar, que por sencillos que parezcan su realización puede ser un poco más complicada, justo por encontrarse enlazada en ese macro control social de nosotras. El primer paso sería el conocimiento de nosotras mismas, no podemos apropiarnos de algo que ni si quiera conocemos, es indispensable el reconocimiento de mi ser en lo físico, en lo moral, emocional y sobre todo en lo sexual distinguir la vagina de la vulva, perder el miedo a tocarme como parte del cuidado de mi salud. El segundo sería la planificación reproductiva, a través del acceso a la metodología anticonceptiva y control de la natalidad, en México desde hace 42 años nuestra constitución reconoce que "TODA PERSONA TIENE DERECHO A DECIDIR DE MANERA LIBRE, RESPONSABLE E INFORMADA SOBRE EL NUMERO Y EL ESPACIAMIENTO DE SUS HIJOS" (REFORMADO MEDIANTE DECRETO PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACIÓN EL 31 DE DICIEMBRE DE 1974), sin embargo, al menos en nuestro país el 9.8% de las mujeres en edad fértil actualmente unidas tienen una demanda insatisfecha de métodos anticonceptivos, es decir que a pesar de desear usar un método no lo tienen, según la CONAPO en 2009, eso sin contar a las mujeres en edad reproductiva no unidas. ¿Por qué resulta tan importante este punto? Sencillamente porque es la evidencia del control, nosotras decidimos si crece o no un ser en nosotras, no delegamos esa responsabilidad a nadie más, ni permitimos que otro (otros, otra u otras) decida por nosotras, ya que la reproducción sigue siendo una de las formas más poderosos de limitar el desarrollo de la mujer y la apropiación de los espacios públicos, de seguirla relegando al espacio doméstico con esta cultura de la "buena madre" que obliga a las mujeres a decidir entre el desarrollo profesional y el familiar. El tercer paso por avanzar es el cuestionamiento de los estereotipos de género, que han afectado enormemente la construcción del ser mujer orillándonos a rechazar en algunos casos o a odiar en otros, todo lo que es natural en nuestro cuerpo, así pues tenemos miles de productos para alaciar a las chinas, para enchinar a las lacias, para hacer delgadas a las gordas y aún más delgadas a las flacas, para eliminar todo el vello corporal, para aclarar, aromatizar y ahora hasta reafirmar nuestra área genital (bueno solo la de las niñas bien). Enseñándonos de base no sólo un consumismo sin medida sino la necesidad de generar un cuerpo falso para el placer y disfrute del otro, construyendo un ideal de mujer a través de la mirada masculina. Por lo tanto resulta indispensable el resignificar el qué soy, para quién y porqué, ya que existen miles de formas de ser mujer, no sólo la forma comercial de serlo, así que cuestiónate, ¿quién eres? Estos estereotipos de los que hablábamos también incluyen el fomento al amor romántico que sería el cuarto paso por avanzar, el replantearnos el amar desde una perspectiva diferente al que considera que “el amor todo lo puede”, “el amor es lo más importante y requiere entrega total”, “existe uno solo verdadero y predestinado” y “el amor como posesividad y exclusividad”. Aunque de este punto hablaré más a profundidad en otro texto. El cuarto de los pasos por transitar es la vivencia del placer sexual, romper con los mitos arraigados culturalmente como aquel que relaciona el dolor con la primera vez, el desconocimiento sexual de la mujer como acto de pureza, de seguir nombrando puta a otra mujer que disfruta más que yo o que tiene mayor frecuencia de contacto sexual que yo, el comenzar a practicar el autoerotismo como forma de fomentar mi libertad y salud sexual al no depender de otr@ para mí placer, el reconocer mi derecho al placer y vencer con la visión de mi cuerpo como objeto para el placer egoísta de otro, como algo que debe de ser ganado y entregado para el otro, en vez de entenderme como persona con derecho a la vivencia del placer, el dejar de reproducir escenas, pujidos, gritos etc. de la visión del deseo desde la mirada del porno masculino de posesión. Sino resignificar mis sentidos, el darme permiso a sentir y experimentar; y sobre todo el tan dañino mito de la pareja heterosexual como la única existente. Por: Psic. Cintya A. Cazares Sandoval. [email protected] Últimamente siento que cada acción, palabra, postura o hasta pensamiento definen la persona en la que me estoy convirtiendo y la que seré el resto de mi vida. Esto me ha llevado a tomar consciencia, tal vez demasiada, de mis decisiones, lo que me ha llevado a sentirme muy “pesado”. Siento la pesadez de cada pequeña decisión. Por ello, me he percatado que la mayoría de las personas no deciden por sí mismas. Se dejan llevar por el momento o por presiones de familia, amigos, cultura o peor, por sus propios miedos. Eventual e inevitablemente, bastante rápido en realidad, sufren las consecuencias de su falta de peso y tienen que lidiar con ellas. Siempre había asociado la metáfora de la libertad con la metáfora de volar; de volar ligero. La libertad y la consciencia pesan, el autoengaño es ligero y el "destino" toma ese peso. Personalmente no creo en el destino, sino en las consecuencias de esas acciones determinadas por el contexto.
Pero, ¿qué está marcando el contexto actual? Las conductas impulsivas, adicciones, desesperanza, superficialidad, competencia, cinismo y las sensaciones de vacío e insatisfacción parecen ser una característica del momento histórico que vivimos. Algunos incluso se atreven a afirmar que vivimos en lo que llaman: “La era de los trastornos graves de personalidad”. Algunos afirman que fueron Nietzsche y la generación de existencialistas como Sartre, Camus (no pinta muy alegre la cosa, ¿verdad?) definen el inicio de una nueva corriente de pensamiento. Se desafían dogmas y escuelas antes intocables. Se crean nuevas ideas y se retoman algunas antes mal vistas como el hedonismo (o en términos actuales: el #YOLO). Aunque cabe mencionar que desde la década de los veinte, se venía gestando ya un gran cambio. La consolidación de la industria y la fabricación en serie gestaron masivamente la cultura del consumismo. La idea era crear nuevas demandas, necesidades, productos, servicios que antes no eran imprescindibles. “No sabía cuánto necesitaba este artilugio sin el cual ya no puedo vivir”. La diversificación cada vez mayor de bienes y servicios, multiplica excesivamente las elecciones, las opciones, las combinaciones que puede hacer una persona a su estilo. Pero para algunos estudiosos, se puede decir que a partir de la Segunda Guerra Mundial comienza la era actual, ya que se globaliza esta postura. Esto lleva al ser humano no solamente a volcarse sobre sí mismo en busca de la verdad y de su bienestar sino que también es obligado a hacer algo al respecto, a tomar decisiones y a hacer cambios constantemente. Sin embargo, poco a poco el individuo se va aislando; el aspecto social y el interés colectivo se van diluyendo junto con las ideologías, las costumbres y las tradiciones disciplinarias y autoritarias. La tecnología arrebata, o le son entregadas, funciones en la educación de los hijos antes reservadas a los padres. La permisividad de hoy es una reacción contra la rigidez de antaño. Se evitan “traumas” en los niños que antes se presumían. Se dice que las generaciones se marcan cada 20 años. Otros argumentan que: “Si puedes ser su hijo o hija, es de otra generación”. Hace no mucho tiempo, nos quejábamos de nuestros padres, tíos o abuelos que decían que no nos entendían. Que éramos muy “raros” o “raras” y que las modas, como los cortes de cabello, el maquillaje, las perforaciones, los pantalones rotos, flojos, o demasiado ajustados, eran absurdas (y tenían razón pero no les digan). Sin mencionar cómo perfumamos el lenguaje para adornarlo y hacerlo más original, con el “slang” característico de cada época. Pero, ¿cómo nos iban a entender si ellos eran de “otra generación”? Si tomamos en cuenta las palabras de Christopher Lasch en “La Cultura del Narcisismo” todo toma más sentido: “Cada sociedad reproduce en la estructura de personalidad del sujeto su cultura y sus modos de organizar la experiencia”. Desde hace algún tiempo he escuchado a mis amigos, o me he sorprendido pensando que no entiendo a los más jóvenes de menos de 20 años o que “en mis tiempos era mejor…”. Esto nos recuerda dos cosas, que ya estamos viejos (aunque nos duela aceptarlo) y que ya pertenecemos a una generación distinta de la de hoy. En un mundo con un ritmo cada vez más acelerado, las generaciones se acortan. Lo primero que se me vino a la mente fueron las grandes diferencias entre los juegos de antes y los actuales. A todos nosotros nos tocó jugar escondidas, la traes (o mejor dicho, la trais), bote pateado, etc. Además, era más común que en el barrio nos divirtiéramos jugando fútbol (mejor conocido como Fucho), basquetball o hasta alguna adaptación chafa de fútbol americano. ¡Cómo olvidar cuando jugábamos al doctor o a los casados! Actualmente los niños se distraen con consolas de video o los centenares de juegos de las distintas redes sociales y aplicaciones. Las características principales de la primera lista es que son juegos que implican actividad física, fomentan el trabajo en equipo y la socialización (en especial el del Dr., si saben a lo que me refiero...), la trampa era muy mal vista y se castigaba con rechazo, burla y hasta sanciones sociales negativas. Había una competencia sana y, por cursi que suene, lo importante era divertirse. La segunda lista, los videojuegos, son actividades solitarias, sedentarias, en las que sólo se busca ganar, obtener armas o matar al enemigo (casi siempre hay un enemigo) y en donde la trampa es una alternativa para llegar al objetivo. Se puede jugar con un niño en Shanghái pero es difícil conocer a los vecinos. Estos juegos sólo fomentan el individualismo, la competitividad, la trampa, la violencia y el pensar con base en objetivos, sin importar las formas. Estas características son muy importantes e, inclusive, deseables, en un mundo globalizado pero van en contra de lo que se necesita para que exista una buena socialización. A los jóvenes de hoy en día les cuesta bastante trabajo comunicarse, convivir y resolver conflictos. Les es muy difícil debatir o discutir sin alzar la voz o recurrir a la violencia. Actualmente las prioridades se han modificado. No es la amistad, la familia o el pensar en el daño que hacemos al planeta, sino cuánto dinero tienes, qué marcas posees, qué tanto puedes tomar y con cuántas o cuántos te has acostado. Se consume, incluso, otros seres humanos. En todo este contexto se germinan adolescentes que les interesa de sobremanera el dinero, el sexo, las drogas, la moda, el poder, que no saben comunicarse, no conocen sus emociones ni saben manejarlas y lo más importante, que no les importa cambiar. Como cereza del pastel rancio, seco y sin amor, como el de los grandes supermercados, los jóvenes actuales (y en esto nos podemos incluir algunos de mi camada) no tenemos tolerancia a la frustración; ¿cómo tenerla?, si lo que se busca es justamente evitar la frustración a toda costa; conseguir todo fácil, rápido, y de preferencia barato, sin importar la calidad. Veamos, por ejemplo, cómo es la alimentación. La comida siempre me ha parecido un botón de muestra muy revelador sobre las diversas culturas a lo largo del tiempo. Antes para comer algo, tenías que tomarte tu tiempo y sufrir la terrible hambre unos cuantos minutos. Esforzarte, por mínimo que fuera en prepararte algo, mínimo unas quesadillas o un sándwich. Con la invención del horno de microondas, y con la colocación incluso en tiendas de autoservicio que se reproducen a mayor velocidad que un grupo de gremlins bajo la lluvia, ahora basta con que esperes un par de minutos para calentar agua para una sopa instantánea, recalentar algo previamente elaborado o algún tipo comida congelada industrializada (incluso logran lo prácticamente imposible, hacer que una pizza sepa mal). Los daños a la salud que ocasiona el horno de microondas son muchos, pero no son importantes ahora. Lo importante es que sea rápido y que llene. La comida chatarra es la principal fuente de alimentación de esta generación. Este fenómeno es reflejo de lo que se vive hoy en día. No tenemos que esperar por nada, todo está a nuestro alcance, se busca constantemente que se obtenga todo más rápido con el menor esfuerzo. Y cuando no es posible obtener lo que queremos fácil, cuando debemos esforzarnos y esperar un poco más, nos desesperamos y no sabemos cómo manejar esa frustración, llegando a ser violentos o desertar de nuestros proyectos. Hemos olvidado el arte de cocinar, de esperar a que esté la comida en su punto, ir probando y condimentando de a poco lo que se va preparando, disfrutando de ese proceso, en ocasiones, más que la comida. Cualquier persona que tenga el gusto por la actividad culinaria, sabe de la increíble sensación de cocinar para el ser querido. Lo que ocurre con el horno de microondas pasa en todos los aspectos de nuestra vida. Llegamos a la indiferencia posmoderna, indiferencia por exceso, no por defecto; por oferta excesiva, no por privación. El individuo ha sido vaciado de su sustancia y estamos atestiguando la emergencia de individuos aislados, vacilantes, vacíos y reciclables. ¿Qué es, en la actualidad, una mujer, un hombre, un niño, un loco, una persona sana? ¡¿Quién soy yo?! Bueno, al menos queda el consuelo de pensar que somos “El ser más maravilloso del mundo, que el universo conspira a nuestro favor y que Dios nos ama”. Los grandes valores del modernismo están a su vez agotados, han sido sustituidos por un énfasis en la persona individual y su espacio privado que lo absorbe todo en su órbita, incluidos los valores trascendentales. Hoy en día, no se vale ser feo u obeso, la gente vive en dietas perpetuas y si no es suficiente, están las operaciones o tratamientos que jamás llenarán ese vacío. El ser humano actual se ha convertido en un Narciso con baja autoestima. Un Narciso que no se gusta y no quiere un compromiso a largo plazo consigo mismo. El esfuerzo ya no está de moda. “Quiero el mundo y lo quiero ahora”, o en palabras de Homero Simpson al escuchar que en pocos minutos puede obtener su búfalo frito y le parece demasiado: “… PERO YO LO QUIERO YA”. Vivimos en la era de lo espectacular, del chilaquil espiritual, del hedonismo consensuado, del “todo se vale” y de la comida chatarra. Y justo esto ha generado que los más jóvenes, quienes nacieron con el internet como algo normal, quienes traen “el chip” programado para la tecnología, quienes no gustan de cocinar o prefieren ver la comida como calorías y tiempo perdido, se conviertan en “LA GENERACIÓN DEL MICROONDAS”. Por: Psic. José Carlos Villa Lomelí Correo. [email protected] Un psicólogo que no adquiera la capacidad de pensar el propio pensamiento de la ciencia que practica -o sea, de reflexionar sobre la dimensión epistemológica y ética del conocimiento que ella produce- ciertamente sumará in[con]sciente, con el prejuicio delirante, la opresión, el genocidio y la tortura (Mello; Patto, 2008, p. 594)
Es común que se describa a la psicología y su historia de forma generalizada, de manera que no se tiene conocimiento del desarrollo de la psicología en las raíces propias de quienes la estudiamos, en mi caso, la psicología en Latinoamérica. Además, en algunas currículas de la licenciatura, esto no se enseña y a quienes estudiamos no siempre se nos despierta el hambre insurgente por las prácticas decoloniales e históricas de nuestras ciencias. Justo por eso, porque no las hacemos nuestras. Resultado de ello, es que el desarrollo de la psicología en Latinoamérica se invisibiliza. Y si bien, sí hay quienes[1] han descrito la historia de la psicología latina, debemos tomar en cuenta que ésta siempre seguirá completándose en el transcurso del tiempo, volviéndose importante no sólo saber de su pasado, sino también, la actualización de la misma. Sin embargo no será punto de discusión en el presente texto. Ahora bien, reflexionemos. ¿Para qué usamos el conocimiento de la psicología? Yo lo hago para encontrar su aplicabilidad en las familias e individuxs con quienes trabajo aquí, en México, Jalisco, Guadalajara. Y si bien, estos aprendizajes son útiles, no dejan de ser técnicas que en ocasiones no resultan o resultan diferentes. Lo que me hace sospechar de un sesgo en la aplicabilidad de las técnicas extranjeras que aprendemos clase a clase, a través de libros importados, en su mayoría de Europa y Estados Unidos. Es estos libros, son descritos casos resueltos con técnicas de gran coherencia que nos dan una luz para el trabajo que cada psicólogx desarrollamos. Motivo por el cual atraer conocimiento acultural nos permite avanzar más y más rápido (o por lo menos es lo que la modernidad nos ha hecho creer) pero no es suficiente. Esta realidad, refleja el proceso colonial de modernidad que es inadaptable al saber latino. Y franquearla es posible con una postura crítica que impregne nuestro hacer en la psicología. No olvidemos que la modernidad se ha convertido más en una representación de la realidad que la ciencia sugiere que algún día alcanzaremos, que en una realidad sustantiva en sí, y como Medina (2008) lo describe la ciencia como instrumento ha triunfado y la modernidad como utopía e imaginario ha fracasado, por lo menos en Latinoamérica (p. 84). Así también, observar que las identidades latinas están conformadas de maneras distintas combinando narrativas que nos describen. De manera que la discusión sobre las maneras de etiquetarnos o nombrarnos implica los dilemas que confrontan diversas disciplinas al entender este objeto huidizo que llamamos “lo latinoamericano” y las dificultades que presenta cambiar sus distintas estrategias de conocimiento (Canclini, 2002, p. 2). Teniendo esto en cuenta, prosigo a describir algunas recomendaciones que pueden servirnos para ampliar una visión crítica. En primer lugar, posicionémonos. Revisemos nuestro contexto, nuestra identidad y las de quienes nos rodean; seamos consientes desde dónde estamos trabajando y con quiénes trabajamos. Teniendo en claro las particularidades y generalidades del ser latinxs[2]. Posteriormente, en el momento en el que echemos mano de conocimientos extranjeros, aceptémoslos con coladera. Preguntándonos quién escribe, de dónde provine, en qué fechas y sucesos se desarrolló su postura teórica y para qué. Demos a ese conocimiento contexto, con lo que podremos colocar nuestra lectura bajo una lupa reflectora para cuestionar aquello con lo que no estemos de acuerdo. Finalmente, no dejemos de mirar a la gente, nuestra gente. Y serán ellxs quienes nos darán el camino para la aplicabilidad de cualquier interpretación, teoría, hipótesis e intervención. No les encerremos en etiquetas que han sido creadas para otras generaciones en otros espacios. Y acerquémonos más a la psicología social, al feminismo latinoamericano, a la pedagogía de la liberación y las pedagogías decoloniales que nos renovarán en nuestro quehacer diario como psicólogxs[3]. Virar la mirada hacia nuevos horizontes de conocimientos de aguas que son surcadas con mapas extranjeros no ha sido el mejor camino que podamos tomar comparándolo con la creación de mapas propios. Promovamos circunstancias que favorezcan el desarrollo de la psicología en raíces que no sean las ajenas. Hagamos psicología latina. Citas: 1. Rubén Ardila, de la Universidad Nacional de Colombia publicó en 1969 Desarrollo de la psicología Latinoamericana en la Revista Latinoamericana de Psicología, vol. 1, núm. 1. Y Fernando Luis González Rey del Centro Universitario de Brasilia escribió un artículo publicado en la Revista Electrónica Internacional de la Unión Latinoamericana de Entidades de Psicología, titulado La psicología en América Latina: algunos momentos críticos de su desarrollo en agosto del 2009. Ambos artículos exponen la continuidad histórica que ha tenido la psicología en Latinoamérica. 2. Por ejemplo, en lo particular, el ser latina me posiciona en un espacio geopolítico que habla de mi historia como pueblo, un pueblo de usos y costumbres propias que fueron conquistadas y reformuladas por una colonia. Y en lo general, hablamos también de un bagaje en letras, sonidos, sabores, paisajes y pasiones. Me enorgullezco de permanecer a un espacio en el que nos gusta vivir en comunidad, familias y sociedades bien enteradas. Contar con una personalidad cálida y cariñosa que apapacha a diestra y siniestra. Aunado a lo que nos encontramos con una rica multiculturalidad. En mí pensamiento, acciones y sensaciones están el ser latinoamericana. 3. Recomiendo como bibliografía inicial para dicha tarea el siguiente artículo y libros: Gargallo, F. (2007) Feminismo Latinoamericano. México, v. 12, nº 28. ene./jun. 2007. Walsh, C. (2013) Pedagogías decoloniales. Abya Ayala: Ecuador. Freire, P. (1968) Pedagogía del oprimido. Siglo XXI: México. Freire, P. (1996) Pedagogía de la autonomía. Siglo XXI: México. Bibliografía. García, N. (2002). América Latina: un objeto de estudio que desafía a las disciplinas. Conferencia inaugural del DIECS: ITESO. Medina, R. (2008). Cambios modestos, grandes revoluciones. Las Familias en la Teoría Social: Diversidad y Contradicción. Red Américas Psicología: México. Mello, S. L.; Patto, M. H. S. (2008). Psicología USP. Psicología de la Violencia y Violencia de la Psicología, São Paulo, v. 19, nº 4. out./dez. 2008. Por: Psic. Vanesa G. R. Villalpando. [email protected] Este texto tiene el objetivo de generar más preguntas e inquietudes para la reflexión que el de resolverlas.
Durante el proceso psicoterapéutico, las y los psicólogos nos vemos en el papel de poner a implementar y desarrollar los conocimientos obtenidos durante nuestra formación, formación mayoritaria e inicialmente teórica, y al ir finalizando el curso un tanto más práctica. Estos son los primeros acercamientos a la realidad propia y de nuestros consultantes ya como profesionistas. El papel que desarrollamos cada psicoterapeuta viene marcado por un bagaje personal de intereses, deseos, planes, experiencias, objetivos y metas que definen la manera en que participamos en la psicoterapia. De esta manera seleccionamos, quienes nos avocamos a seguir desarrollando la parte clínica, un marco teórico y necesariamente práctico que mejor se adecue a nuestros intereses personales-profesionales, ya sea psicodinámico, cognitivo, humanista, conductual o sistémico y en sus múltiples variaciones que presenta cada uno. Cada marco teórico viene precedido por sus experiencias y autores, así como por las mejores “técnicas” y herramientas que han desarrollado a lo largo de su existencia para lograr el bienestar humano y la resolución de los problemas que aquejan a las y los consultantes. Es interesante reconocer que cada escuela que ha desarrollado aportes para la psicología clínica retoma y desecha elementos de otras, en mayor o menor medida y de acuerdo a las diferentes variables de cada escuela, que como ya se mencionó son bastantes y no es el objetivo de este escrito describir cada una; empero, se relacionan en que buscan lograr el bienestar y la buena salud mental con el trabajo de las emociones, las conductas, las acciones, los pensamientos, los sentimientos, los recuerdos, los afectos, la comunicación, las relaciones, etc. y demás cuantos elementos subjetivos-objetivos podamos mencionar. Es importante recalcar que desde nuestra formación, hasta la práctica concreta y el devenir de nuestro aprendizaje profesional constante e interminable, además de nuestros intereses personales individuales, se encuentran matizados por el contexto cultural y sociopolítico en el que nos desarrollamos. Esas son las razones por las que, por ejemplo, su servidor optó por interesarse en un enfoque sistémico y algunas de sus variaciones concretamente. Ahora, pensemos, dicho lo anterior, ¿son acaso las problemáticas, que nuestros consultantes nos comentan en sesión, obra de sus acciones y decisiones personales?, ¿las soluciones que se desarrollan dependen intransigentemente de la responsabilidad individual de nuestros consultantes?, ¿nuestro papel es darles soluciones, usando nuestros conocimientos profesionales a sus problemas, nosotros, como “expertos" de la vida del otro? o ¿acaso es colaborar en la búsqueda de mejores respuestas que se vinculen con la experiencia concreta y particular de ellos mismos? Las problemáticas que nos llevan a visitar al psicólogo o psicóloga ¿son únicamente de origen interno como las emociones y pensamientos? o ¿responden al efecto dialéctico de los hechos internos y externos de la realidad construida social, política, económica y culturalmente? El contexto en que se desenvuelven los consultantes comienza a ser tomado en cuenta en la psicoterapia a finales de los 40s y principios de los 50s con el surgimiento de paradigmas distintos al psicoanálisis. Se inicia pues el desarrollo de una práctica y teoría psicoterapéutica que toma como base las teorías de los sistemas, la cibernética de primer y segundo orden junto a la de la comunicación humana para trabajar con los individuos y sus familias dentro de un contexto integral e innegablemente influenciado por las relaciones humanas. Posteriormente aparecerían las posturas posmodernas criticando el quehacer del psicólogo “experto” en la vida de los y las demás. En este caso surge también una crítica generalizada contra el positivismo y los usos de la ciencia para la guerra y los intereses de políticos y empresarios principalmente estadounidenses contra las poblaciones menos industrializadas, preguntándose ¿dónde había quedado la supuesta imparcialidad y objetividad de las ciencias y el método científico que el positivismo defendía? Dentro de la ciencia psicológica occidental en el norte y en América Latina, comienzan a tomar más fuerza los estudios grupales y comunitarios, la intervención psicosocial, las relaciones humanas, el desarrollo de posturas críticas a la constitución y desarrollo de familia y sociedad; las ciencias sociales toman más auge y lo subjetivo, la política, la cultura, la psicopedagogía y la economía con el apoyo de las investigaciones soviéticas se reconocen como elementos imprescindibles dentro de sus marcos de acción. Un elemento importante que no se debe relegar es que se desarrolla el trabajo con las emociones y los sentimientos como parte fundamental en el accionar de las personas, y la presencia del amor, en sus distintas concepciones como lo señala Maturana dentro de las acciones y las relaciones humanas. El ser humano se concibe cada vez más como un ser integral. Es decir por tanto, que las transformaciones culturales y sociopolíticas que ocurren en el mundo fungen como motores para la transformación en las ciencias, tanto para su definición conceptual como para la aplicación misma, y la visión que se tiene del ser humano. Y esa transformación social se debe a las constantes contradicciones entre las diferentes clases sociales y sus intereses, pues nada surge de la nada, y consecuentemente va tomando fuerza la crítica a las estructuras sociales dominantes. En este marco, ¿Cuál es la postura que los psicólogos debemos tomar al reconocer los sistemas dominantes?, ¿debemos colaborar para desarrollar alternativas de vida y convivencia o seguir tratando de reinsertar a los “enfermos mentales” a una sociedad enferma como lo había mencionado Thomas Szasz, uno de los pioneros en el movimiento antipsiquiátrico?, ¿qué marcos teórico-prácticos son los más adecuados para lograr la transformación de nuestra sociedad inmediata y que responda lo más fielmente posible a los intereses particulares de nuestra sociedad heterogénea? y concretamente en la práctica psicoterapéutica ¿cómo ayudar a resolver las dificultades “individuales” y familiares en un contexto que poco ayuda a tener una vida digna con presencia de pobreza, violencias, falta de alimentación y vivienda, inseguridad, competencia y demás?, ¿aún es vigente sólo hablar de psicología clínica o habremos de incluir lo social también? Considero que el papel que tenemos es de una talla inmensa y nada fácil, pero que sus frutos son de proporciones aún mayores. Debemos ser críticos, en primer lugar, en cuanto a nuestra práctica profesional-personal y preguntarnos si nuestro quehacer cotidiano responde a la transformación de nuestra realidad y la de los demás o sirve para mantener el statu quo actual, a partir de ahí podremos adentrarnos a la realidad de nuestra localidad latinoamericana y desarrollar posturas teóricas anticolonialistas, alejadas del eurocentrismo y que se caractericen por la respuesta a los problemas psicosociales particulares de nuestra región, por la defensa de relaciones humanas más nutricias y solidarias en lugar de la ávida competencia a la que estamos enfrentados por el capitalismo como marco político-económico e ideológico que ha permeado a la humanidad. En este desarrollo constante de generación de alternativas nos encontraremos indudablemente con diversas posturas teóricas y prácticas de las cuáles habremos de adoptar elementos y desechar otros para el cumplimiento de nuestros objetivos como psicólogas y psicólogos. En lo que más confianza habremos de tener es en que las verdades eternas no existen, pues en el universo, en la vida y en la sociedad nada es estático, todo está en movimiento y todo cambia y se transforma constantemente cuantitativa y cualitativamente. Por: Psic. José Santos Urbina Gutiérrez. psicologí[email protected] |
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